El yeti es una de las criaturas más misteriosas y fascinantes que ¿existen? En el Himalaya están convencidos de que sí, pero los científicos lo dudan. Nosotros nos fuimos a los valles más remotos de Bután, donde muchos de sus habitantes dicen que han visto al yeti.
Bután es un reino misterioso. Hasta los años 60 no empezó a abrirse a los extranjeros y solo en 1974 recibió al primer grupo de turistas occidentales. Todavía quedan regiones donde el acceso está prohibido. Hasta finales de 2010 los valles donde habita la etnia brokpa estaban cerrados, para preservar intacta la cultura milenaria de esos pastores seminómadas de yaks.
Nuestro objetivo era buscar al yeti en esos valles, siguiendo las pistas que nos dieran los pastores. En concreto iríamos al pueblo de Merak, al que solo podíamos llegar tras varios días caminando entre bosques muy tupidos, subiendo y bajando collados. No esperábamos que el yeti saliera a recibirnos a la entrada del pueblo, sino recoger historias, perseguir los rastros, en fin, entender por qué los brokpa están convencidos de que los yeti (no hablan de uno, sino de varios) viven allí.
Nuestro viaje empezó en el extremo oeste, en la capital, Timpu. Bután es un país muy curioso. Timpu es la única capital del mundo sin semáforos; hace años pusieron uno y los propios ciudadanos pidieron que lo quitaran porque rompía con la armonía. Allí dan mucha importancia a estas cosas. De hecho, ellos mismos aseguran que este es el país de la felicidad. En los años 70 Bután estaba subdesarrollado y el rey dijo que la misión del gobierno no debía ser avanzar económicamente, sino asegurar la felicidad de sus ciudadanos. Crearon entonces la Comisión de la Felicidad, cuya responsabilidad es impulsar los cuatro pilares para alcanzarla: preservar las tradiciones, respetar el medio ambiente, proteger la cultura y garantizar el buen gobierno. Han sustituido el Producto Interior Bruto, por la Felicidad Nacional Bruta.
El viaje al este, a los valles brokpa, duró dos días. Acabamos reventados de ir 14 horas en una furgoneta que parecía una lata de sardinas. Cruzamos, literalmente, el país de lado a lado. En Bután está prohibido circular a más de 30 km/h… ¡pero tienes suerte si consigues ir tan rápido! Las carreteras son estrechas, hay animales, obras, camiones… no metimos cuarta ni una vez.
Los dolores de espalda se nos quitaron cuando comenzamos el trekking hacia Merak. No sabía lo que íbamos a encontrar, buscar al yeti era una locura, pero os aseguro que lo que recogimos nos desconcertó: testimonios de personas que contaban, con toda naturalidad, que habían visto u oído al yeti. Describían situaciones que les habían pasado a ellos, no a un amigo, o a un primo. En algunos casos las historias eran impresionantes; una mujer nos contó que un yeti mató a su hermano; una chica nos explicó que un dedpo (así es como ellos les llaman) la secuestró y la retuvo hasta que pudo escapar. ¿Era sugestión colectiva? Yo iba muy escéptico sobre el tema, pero un testimonio tras otro acabé por empezar a pensar que, a lo mejor, en esos bosques tan remotos, con una densidad de población humana tan baja, podía vivir algún animal desconocido… por como lo describen los brokpa sería un simio (ellos dicen que es como un gorila) de gran tamaño que se alimenta de frutos silvestres; pelo marrón y pelo muy largo.
Además de los testimonios en los días que pasamos en Merak encontramos unas huellas desconcertantes y escuchamos un sonido muy fuerte y extraño que los guías nos dijeron que podía ser de un yeti a lo lejos. Pero lo mejor fue descubrir las costumbres de un pueblo que hasta hace menos de dos años permanecía vedado al contacto con turistas y medios de comunicación. Es, realmente, un lugar único, muy auténtico y sin “contaminación” occidental.
En definitiva, esta ha sido una aventura increíble en un país maravilloso, que nos ha dejado atónitos. Yo pienso regresar para seguir investigando qué es ese ser al que los brokpas respetan y que forma parte de sus vidas.