Esta vez nos hemos venido hasta Omán, en la Península Arábiga. Aquí se encuentra uno de los desiertos más desconocidos, calurosos y extremos del mundo.
¡Hola amigos! De nuevo metidos de lleno en otro Desafío Extremo.
Esta vez nos hemos venido hasta Omán, en la Península Arábiga. Aquí se encuentra uno de los desiertos más desconocidos, calurosos y extremos del mundo. Estamos entre el Trópico de Capricornio y el Ecuador. Esta zona es conocida como “zona tórrida”: aquí se dan las temperaturas más altas del planeta, es una estrecha banda junto al Ecuador, donde sin duda las temperaturas son radicales. Hace aquí más calor que en cualquier otro lugar. Además estamos a finales de agosto, sin duda la época del año de temperaturas más extremas.
Nuestro Desafío consiste en atravesar la parte más compleja y difícil del desierto de Wahiba, donde las antiguas caravanas del incienso transportaban esta preciada resina desde el sur de Omán hasta el Mediterráneo o la India.
Para ello, había que atravesar este infierno, temido desde siempre por las caravanas de beduinos, los únicos que eran capaces de conseguirlo aunque a veces nunca más se sabía de ellos, pues los largos cordones de dunas de arena se los tragaban, literalmente.
Un fallo en sus cálculos y no localizar los oasis o los pozos y toda la caravana moría irremediablemente.
Las temperaturas de estas tierras son considerablemente más altas que en el Sahara norte, y son las más temibles.
Me acompaña en esta expedición además de mi amigo y cámara Emilio Valdés, también mi amigo Rafa Lomana, un curioso personaje, pistero, especialista en supervivencia, y trabaja en los equipos de rescate de Sierra Nevada. Es un tipo austero que vive siempre en el frío, y esta será la primera vez que se enfrente al “infierno”
Esta travesía que hemos comenzado tendrá unos 300 kilómetros, pero son los más difíciles. La idea es concluir en Tiwi, en la costa Este, donde partían los barcos cargados de incienso para la India, y donde se pagaban a más precio que el oro. Esto justificaba el riesgo que corrían.
Nunca antes una expedición de occidentales ha hecho esta travesía, y menos aún en la época más calurosa del año, y aprendiendo las técnicas beduinas para sobrevivir. Bien es cierto que nos ha costado mucho encontrar un beduino con la suficiente experiencia para abordar esta expedición, en pleno calor tórrido.
Al final, gracias a un inglés que ha vivido aquí 12 años seguidos, que se llama Rob y que se dedica a organizar aventuras (aunque no tan radicales), hemos conseguido que nos organice esta expedición, con cuatro camellos arábigos (dromedarios) y un beduino. Así que sin más, nos desplazamos hacia el sur, donde comenzaremos la aventura.
Ya estamos en el sur y desde una humilde aldea donde se mantienen las tradiciones beduinas -aunque ya no son nómadas- comenzamos la travesía. Lo hacemos hacia las cuatro de la tarde, pues es cuando el sol menos calienta.
La impresión que nos llevamos al caminar por el desierto de arena, con abundancia de plantas que crecen gracias a unas inusuales lluvias que se produjeron aquí hace tres meses (ahora están verdes y el desierto es un autentica belleza) es el contrate entre el desierto y la vegetación. Caminamos con una temperatura que no nos hace pensar en lo que nos espera.
Pronto se mete la noche y disfrutamos como niños, descargando los camellos, haciendo fuego y durmiendo al raso con las estrellas por techo. Es de las cosas más alucinantes que hemos hecho en nuestras vidas.
Tenemos que aprender del beduino todas las técnicas posibles para entender cómo se puede hacer esta travesía, que consideramos de locos. Pero….
En tan sólo 24 horas el beduino se pone enfermo, y tiene que abandonar la expedición. Esto supone un grave problema, pero decidimos continuar, pues el inglés, Rob, dice estar cualificado para ello. Nosotros nos confiamos, pero pronto sucederán muchas cosas…
La confianza puesta en Rob ha sido un fiasco. Pronto nos damos cuenta que sin beduino va a resultar casi imposible hacer la travesía, pero ya no es ese el problema, tenemos otros mas graves…
Nos hemos perdido, Rob ha confundido los puntos de referencia de su GPS, no encontramos el pozo -fundamental, para poder dar de beber a los camellos, y sobre todo, para beber nosotros-. La carga de agua la fuimos consumiendo y las reservas están casi agotadas.
La situación se puso muy fea, y el pozo sin aparecer.
Los beduinos tienes unas dotes increíbles para la orientación: sin necesidad de GPS, localizan los poquísimos pozos de agua u oasis, casi sin error, e interpretan todas las señales del suelo, del aire, de la arena y casi siempre aciertan.
Nosotros, con toda la tecnología disponible, nos hemos perdido…
Pasan las horas, y el día. Al segundo día, la situación es verdaderamente extrema. Seguimos perdidos, el desánimo se apodera de nosotros, seguimos dejando a Rob tomar las decisiones, nosotros estamos sobrepasados por la dureza de este lugar, del infierno de este desierto, y sorprendidos de las locuras del inglés Rob.
Ahora, perdidos en mitad de la nada, y con temperaturas en la superficie de la arena, que hemos filmado, de ¡61 grados! y 49.8 grados centígrados en el aire, estamos abatidos.
Hemos decidido, a las 10:30h, parar de caminar, porque es insoportable y podemos desfallecer en cualquier momento.
Rob tampoco incluyó en el equipo una tela para construir un sombrajo. Es el líder de la expedición, a él le hemos contratado los servicios, pero no está a la altura de esta expedición. Está claro que la envergadura de esta travesía le sobrepasa y por supuesto, a nosotros.
Esa misma noche los camellos campan a sus anchas por el campamento, y nos han comido, en un descuido, ¡¡tres cuartas partes de la comida!! El agua escasea, a límites muy peligrosos: estamos en racionamiento. Y nos vamos a dormir, tirados en la arena con el cielo por techo, reflexionando en que tenemos que pedir ayuda…
Amanece el día más caluroso de cuantos llevamos. Nos ponemos en marcha con nuestros cuatro camellos, y nos dirigimos con un nuevo rumbo de emergencia, aunque no podemos caminar mucho tiempo pues, a las tres horas, de nuevo el infierno, con temperaturas en el aire de 52 grados, nos hace detenernos.
Literalmente nos duelen los ojos del calor, el líquido lagrimal no soporta este exceso. Tenemos que montar, con un bastón de montaña y una manta, un precario sombrajo en mitad del arenal, y esperar a que atardezca para poder continuar. Desde allí pedimos auxilio, y que nos rescaten. Estamos a 24 horas de poder morir. Claramente, sin cortapisas. Estamos sin agua (sólo un litro y medio para los cuatro), sin comida, sin rumbo, perdidos…
Gracias al teléfono satélite, conseguimos que ocho horas después llegue nuestro rescate.
Dos vehículos Toyota consiguen, con mucho esfuerzo y con una preparación especial, llegar a nuestras coordenadas que les dimos vía GPS.
Estamos salvados, in extremis, algo disgustados con Rob, por no decirnos la verdad, que esto le quedaba grande, muy grande y también nosotros asumimos la culpa de pretender emular a los beduinos, que durante cientos de años se han adaptado a estos infernales desiertos como nadie.
Recibimos una pequeña bronca, o más bien las risas de los beduinos modernos que nos han salvado con los Toyota y, de paso, le damos la bienvenida al nuevo beduino que desde este momento se hará cargo de nosotros, y nos enseñara las artes de la supervivencia en el desierto más hostil del planeta. Se llama Alí.
También decidimos continuar, a pesar del susto que tenemos en el cuerpo, pero hemos aprendido la primera lección. Humildad ante este Desafío monumental.
No puede haber más fallos… aunque nos seguirán sucediendo, a pesar de llevar beduino, que cada poco nos recuerda con un gesto de desaprobación, que estas tierras no son para esta época del año.
Ahora sólo caminamos de 6.00 h a 10h de la mañana, y de las 16:00 h de la tarde a las 21:00h de la noche. Amanece a las cinco de la mañana y oscurece a las 18.30h.
La mejor hora para caminar es la noche, la cual aprovechamos.
Al día hacemos un total de 30 kilómetros, siendo terribles al caminar por la arena, el esfuerzo es más del doble. También el beduino nos enseña a ponernos las únicas ropas que funcionan a estas temperaturas, que es una especie de falda donde todo se ventila, sin utilización de calzoncillos, y una ligera camiseta de algodón. Vamos descalzos, con una especie de calcetín tejido con nudos muy abiertos para vaciar la arena inmediatamente según se nos mete. También nos protegerá de las picaduras de los numerosos escorpiones, aunque no de las víboras. Rafa decide probar otro calzado que él se ha preparado personalmente en España. Como bien dice: “modernidad frente a tradición”.
Dormimos al raso, y aprovechamos las horas menos calientes para caminar.
También entendemos dónde hay que pisar y dónde no. El desierto está lleno de vida, y suele ser muy peligrosa. En este desierto hay serpientes de veneno mortal, están dos de las especies de víbora más mortales del planeta, y viven debajo de la arena, así como escorpiones muy venenosos, como el escorpión negro.
Ahora ya estamos entendiendo este lugar tan hostil y sentimos más confianza, porque está con nosotros un beduino. Aun así, nos esperan etapas de dureza extrema y, como guinda final, dos días antes de llegar a Tiwi tendremos que abandonar las dunas de arena y los camellos, cargar las mochilas hasta los topes para ser autónomos y ascender una cordillera, hasta los 2.250 metros de altura aproximadamente y después descender, para, por fin, llegar a la costa noreste, donde está el puerto de Tiwi y termina la Ruta del Incienso.
No tengo ni idea de si lo conseguiremos, pues esta aventura es extrema de verdad, nunca jamás sentí unas temperaturas tan radicales, además de la soledad de enfrentarte a estas condiciones tan extremas, sabiendo que estamos solos, en una época en la que ni los mismos beduinos se adentran en la hostilidad este desierto.
Amigos, no sé cuándo os podré escribir de nuevo, pues el viento constante y la finísima arena se mete por todos lados, estropeando la electrónica, y sólo hoy, que conseguimos llegar a un oasis, os he podido escribir.
Pero sin duda, estar atentos, que esta aventura está resultando “infernal”.
Jesús Calleja desde el mismísimo infierno de Omán.